Si esperaban leer otro artículo, como cientos que han salido ya, sobre “los 5 señuelos infalibles para la lubina” o quizás “las claves para conseguir grandes lubinas”, se han equivocado de espacio. Durante años hemos sido bombardeados con decenas, o cientos, de artículos que intentaban desengranar las normas no escritas para triunfar con estas emblemáticas especies. Sin embargo, la realidad difiere mucho de aquello que nos han intentado pintar durante tanto tiempo: engañar a una gran lubina o una buena baila, no es sencillo (y mucho menos predecible), pueden haber algunas pautas que pueden ayudarte a encontrar a estas especies pero no hay nada que sea infalible, ni mucho menos. La búsqueda de estos peces, tan increíbles, solamente responde a una pauta tan conocida y simple como es la “insistencia” y el “azar”.

Para seguir con el hilo narrativo que a mi tanto me gusta, vamos a afrontar estas líneas a modo de historia… Una historia que comenzó hace ya muchos años, cuando por vez primera me encontré con estas emblemáticas especies, dándome el paso de los años una experiencia que intentaré resumir en las siguientes líneas, siempre bajo mi humilde punto de vista, el cual puede gustar o no, pero no deja de ser algo meramente personal. 

En las Islas Canarias, la búsqueda de las “Dicentrarchus” no es algo con mucho arraigo, hasta hace bien poco. Siempre se ha asociado a la lubina como una especie de acuicultura, introducida en el ecosistema canario y que solo se puede buscar, cuando hay roturas de jaulas.

Junto a esta noción, ha venido inculcada una falsa creencia de “aniquilar al invasor”, siendo las lubinas escapadas como pequeños “terminator” que erradicaban toda la vida, habida y por haber, en la zona donde se producía la fuga, lo que justifica su eliminación sin compasión del litoral. Pero la realidad dista mucho de esta creencia del todo errónea; un pez criado en cautividad no es el más funcional en el medio natural, no ha tenido que aprender a sobrevivir y su crecimiento se ha regalado gracias a condiciones idóneas e ingentes cantidades de alimento. Una vez que extraemos de la ecuación estas variables, ¿Realmente le será tan fácil sobrevivir a estos peces? ¿Son las lubinas liberadas esos depredadores infalibles que nos han hecho creer? 

La realidad es muy diferente, y es algo que yo he podido observar en primera persona. Recuerdo un viaje a Lanzarote, donde se habían escapado miles de lubinas de las jaulas de acuicultura. Cuando esto aconteció, las orillas aledañas a dichas jaulas se plagaron de decenas de pescadores, casi a diario, que masacraban a estos peces sin compasión, usando pienso de perro para imitar lo que habían estado comiendo estos animales toda su vida. Cuando capturabas uno de estos peces, y lo examinabas, veías un animal obeso, con un exceso de grasa tal (fruto de la alimentación) que emanaba hasta de su piel, dejando las manos de uno impregnadas de estos lípidos. 

Cuando pasaron las semanas, y capturabas uno de estos peces, su aspecto era muy diferente. El pez pasó de ser obeso a famélico, perdiendo quizás 1/3 parte de su peso corporal, debido a la falta de alimento. Tampoco era extraño meterse en el agua con unas gafas y ver ejemplares en el fondo muertos, totalmente delgados a causa de la hambruna. Como resumen, una porción mínima logra sobrevivir al escape, muriendo muchas de hambre, siendo solo unas pocas las que logran adaptarse al medio y llegar a crecer. Esto nos ayudaría a echar por tierra esa excusa de “exterminio” previamente descrita.

Pero, ¿todas las lubinas de Canarias son producto del escape de la acuicultura? ¿Hay lubinas salvajes en las islas? La respuesta es más sofisticada de lo que parece, pero hay lugares donde realmente sí hay peces indígenas, pequeñas poblaciones, pero existen. No es algo que podamos generalizar pero al igual que la región oriental de nuestro archipiélago cuenta con las bailas (ausentes en la occidental), también hay lubinas propias de estas regiones. 

Una lubina salvaje, dista mucho de una criada en cautividad. Cuando has visto con tus propios ojos y tenido entre tus manos, a ambos tipos, son muchas las cosas que difieren la una de la otra. Los colores, la fisionomía, la robustez de su estructura… Una lubina, salvaje, es seguramente uno de los peces más hermosos, y sofisticados, que nos podamos encontrar en el spinning. Su inteligencia y, sobretodo, su capricho a la hora de comer, provocan que en conjunto con su aspecto, generen un adversario digno de admiración, que suscita el querer de infinidad de apasionados a este deporte. Sin embargo, no hablamos de un pez que abunde en nuestras aguas atlánticas, por ello cada encuentro con la misma, es todo un regalo. 

En el otro extremo, tenemos a la baila, la prima menor de la lubina (pero no por ello, menos admirable). Una de las mayores fortunas que corremos por estos lares, es poder disfrutar de esta especie (en la región oriental) en unas tallas, que seguramente sean muy complicadas de conseguir en otros lares. Hablamos de un pez que, en sus tallas mayores, es tan astuto como su prima, siendo encima uno de sus atribuciones más destacadas, la potentísima pelea que da, combinada con saltos acrobáticos fuera del agua, al más puro estilo pejerrey. 

Mi primer encuentro con las “Dicentrarchus” se dio hace 8 años, cuando aún estaba dando mis primeros pasos en el Spinning. Estaba pasando un día de playa en verano, y como siempre, llevé conmigo un equipo para echar un puñado de lances entre tanto. Aún recuerdo esa poza donde, sin apenas agua y teñida de un blanco intenso, cayó mi artificial y fue prendido por algo, que comenzó a saltar entre las olas. Mi primera idea, como no podía ser de otra manera, fue que tenía un pejerrey prendido al otro lado, pero cuando en la arena quedo tumbada esa figura parda, llena de motas que asemejaban su lomo al de un leopardo, comprendí que había tachado un nuevo cromo que, ni por asomo, sabía andaría ligada a esas aguas. No era un pez muy grande, quizás pesase un kilo largo, pero me supo a gloria bendita. 

Dos años después de este acontecimiento, fue cuando “la reina” vino a visitarme en una soleada tarde de invierno. Nunca antes había visto con mis propios ojos una lubina, salvaje, quedando desde entonces grabada a fuego su figura robusta en mi retina. A partir de ese momento, desarrollé una auténtica obsesión/admiración hacía este pez, siendo quizás su escasez un aliciente añadido que aumentaba mis sentimientos hacia este. 

Poco a poco, quise intentar saber un poco más sobre ella: ¿Dónde se mueve? ¿Qué suele funcionar para su búsqueda? ¿Qué determina que una gran lubina acometa, o no, tu imitación? 

Leí infinidad de artículos de revistas, post en blogs y demás escritos que vendían esas reglas no escritas para lograr esos resultados que tanto añoraba. Sin embargo, mi sorpresa fue ver cómo la gran mayoría de cosas que decían, resultaban verdaderamente pocos útiles. ¿Y por qué? Seguramente se deba a múltiples factores, pero el más importante de todos creo sería que cada lugar geográfico, cada ecosistema, funciona de una forma totalmente diferente, y es muy osado comparar las aguas que bañan la Península Ibérica, a las aguas que bañan las Islas Canarias, dispuestas a miles de kilómetros, frente al continente africano. 

Pero, como se suele decir en la ciencia, el método empírico es la mejor herramienta para solventar un problema. Al principio, fui encontrando a las reinas y flamencas de forma ocasional, en diferentes lugares y en momentos aleatorios. Después, fui viendo que esos encuentros no eran del todo aleatorios; a pesar de acontecer en zonas diferentes, habían algunos patrones que se repetían: el estado del agua, la corriente, el fondo… 

Fui conociendo mejor mi entorno, sabiendo cuándo y dónde debía buscar mis ansiados trofeos. Los resultados fueron cosechándose a gran velocidad, logrando vivencias inolvidables y ejemplares de ensueño, al menos para un servidor. Sin embargo, cometí un grave error, caer en eso que había leído tantas veces y yo mismo había visto que era incierto: “Pensar que tenía las claves, para dominar la pesca de las lubinas y bailas”. 

Y es que, volvemos al primer párrafo de esta historia, concretamente a su última frase, donde ya comenté la importancia de la “insistencia” y “el azar”. Yo puedo dominar todos los factores que, a priori, me van a ayudar a encontrar una buena lubina o baila, pero si no acudo a los lugares una y otra vez, e insisto en ellos, no tendré resultados. Pero esto no acaba aquí, yo puedo dominar los factores, insistir los lugares con las condiciones que ayudan a determinar un ataque de estos peces, pero puede que aun así, no consiga un mero resultado… 

¿Cómo es posible? ¡Por el azar! El azar es el que determina que cuando tú lances tu señuelo en una poza bañada por la espuma, el pez esté ahí dentro. Es posible que el pez haya estado allí hace escasos minutos y ahora no… Es posible que el pez, acto seguido de tu moverte, entre en este coto de caza… Es posible que el pez este ahí, pero haya comido hace poco y no tenga hambre… 

El azar, queramos o no, juega un papel muy importante dentro de la pesca, y en la búsqueda de estos enigmáticos animales. Pasé de estar 4 temporadas logrando sacar grandes lubinas y buenas bailas, a estar 2 temporadas sin olerlas. Algún ejemplar de pequeña talla se iba viendo, pero no los que eran nuestro gran objetivo.

Esto provoco que tuviese que volver a cambiar el chip, y asumir que aunque ya dominase los factores que en mi zona ayudaban a dar con una buena lubina o una buena baila, es necesario insistir y tener mucha paciencia, porque al igual que “el azar” muchas veces no quiere que ese ansiado trofeo se cruce en tu camino, otras veces te sorprende, aunque sea un topicazo, en el lugar menos esperado y en el instante más insospechado. 

Así fue como volví a dar con ellas, con bailas de ensueño y lubinas realmente maravillosas, ayudándome a revalidar lo que debería ser un pilar de todos nosotros en cualquier ámbito: “Nunca dejar de aprender”

Todo este camino también me ha aportado una visión muy peculiar sobre estos animales y su conservación. Su escasez, y su lento crecimiento, provocan que debamos tener un especial aprecio y cuidado con ellos. Esto no conlleva ningún extremismo, jamás abogaré por ello, sino en buscar un equilibrio que favorezca que estas increíbles criaturas, sigan habitando las costas de estas maravillosas islas. Olvidemos los viejos prejuicios como excusa para su eliminación del medio, tratando de disfrutar de ellas, y sobretodo, cuidarlas y protegerlas… Si no lo hacemos nosotros, las próximas generaciones no podrán tener ni tan siquiera la oportunidad de saber que es una lubina o una baila, en las Islas Canarias. 

Y hasta aquí este peculiar viaje, a través de mi historia con las “Dicentrarchus”, el cual espero sea, simplemente, un punto y aparte, ya que trataré de poder seguir viviendo, disfrutando y aprendiendo de estas maravillosas especies durante muchos años más. 

Un saludo y buena pesca. 

Antonio Lebrancho.