Carta del director: Anzuelos y talibanes

En casi todos los pueblos del mundo, no solo en nuestro país, encontramos gente que desprecia y maltrata lo que debería amar, y no hablo solo de la pesca. Pero por centrarme en lo que compartimos, la pesca, os puedo decir que hay de todo…

Hace dos días, me acerqué a una localidad del norte de Tenerife, el Puerto de la Cruz, a lanzar unos cuantos egis y me encontré con un personaje curioso. Un tipo con solo el primer tramo de una caña telescópica, a la que había atado en la punta un cordón que terminaba en una pulpera. Caminaba por el borde del muelle y cuando notaba el pulpo tiraba con las manos del cordón y delante mía llegó a sacar dos pulpos de menos de 100 gramos, más pequeños que su mano. Los desanzueló y los lanzó con una fuerza y una furia fuera de lo normal, los insultó, recogió del suelo y lanzó de nuevo con más fuerza aún. Mi sorpresa fue tanta que no fui capaz de articular palabra hasta pasado un momento. Le miraba atónito hasta que pude decirle: “Pero hombre si son muy chicos”. Me miró y sonriendo me dijo, “estos pal arroz son buenos”.  Después me explicó que el tramo de la caña es porque si lo hace solo con la cuerda es ilegal. De verdad que no daba crédito, imposible imaginar a semejante personaje…  

Este encuentro nocturno, me ha dado mucho que pensar y comparar. Comparo al pescador que sustituye los triples por anzuelos simples a los que además quita o aplasta la muerte buscando dañar lo menos posible al animal (se lleve o no la pieza) con el animal que mata con rabia lo que saca, porque aunque sea bueno para el arroz, sigue siendo muy pequeño y eso le da rabia. Porque antes se sacaban pulpos de verdad, pero ahora ya no merece la pena pescar porque no sale nada… pero sigue matando todo lo que saca sin respeto, sin cabeza, sin nada de nada, solo matar para comer. Sin darse cuenta de que la única diferencia entre “antes y ahora” es la gente como él. 

Y es que, como todos los radicales, defienden unos destructivos, deformados e injustos derechos, convirtiéndose en auténticos talibanes que cambian la moral por la pesca. “El mar es de todos y yo hago lo que me da la gana porque es mío también. Porque tengo el derecho de autoabastecerme, de buscar comida, alimento”. Talibanes que matan pulpos de menos de cien gramos y que, luego, de camino a casa, pasan por el supermercado a comprar las papas y el arroz, que no cultivan, y la salsa de bote, que no preparan, porque en su estulticia solo saben matar pulpos.

Tenemos que dejar a un lado a los talibanes que solo desean matar pescado y empezar a darnos cuenta de que cada día somos menos y que aun así somos demasiados. Darnos cuenta de que si todos fuéramos talibanes y decidiéramos aplicar “nuestro derecho” y matarlo todo, dejaría de haber pulpos, anjovas, jureles, txipis, chocos, dentones, bocinegros, samas… Porque sencillamente, y aunque cada día somos menos pescadores, aún somos, en impacto, muchos más que peces.

Abre los ojos, no matemos a “la gallina de los huevos de oro”, cuidémosla para que siga poniendo huevos durante muchos años. Si ves algún talibán, muéstrale que no estás de acuerdo con su forma de hacer y, sobre todo, denúncialo, para que sigan existiendo pulpos de buen tamaño, para que podamos seguir pescando. 

Francisco Fernández